Historias de la Biblia hebrea
EL RACIMO DE UVAS DE LA TIERRA DE CANAÁN

Historia 31 – Números 13:1-14:45
Los Israelitas se quedaron en el campamento del Monte Sinaí casi por un año terminando de construir el santuario y aprendiendo más de las leyes de Dios que Moisés les enseñaba. Y por fin, la nube se levantó y ellos sabían que era hora de partir nuevamente. Desmontaron el santuario y sus tiendas, y por varios días viajaron hacia la parte norte de la tierra de Canaán; y como siempre la columna de nube los guiaba de día y la columna de fuego de noche. Finalmente llagaron a un lugar llamado Cades en la frontera de Canaán y el desierto. Ahí en Cades se quedaron hasta encontrar la manera de cómo entrar a la tierra que sería su nuevo hogar. Dios le dijo a Moisés que enviara a algunos de sus hombres a explorar la tierra y que trajeran un reporte de ella. Tenían que ver qué clase de terreno era, qué frutos crecían y la clase de gente que vivía allí.

Los israelitas tendrían más oportunidades de reclamar la tierra si los espías la conocían bien, de ese modo podrían decirles cómo atacar a la gente de ese lugar. Era una tierra muy peligrosa y por esa razón necesitarían hombres sabios y valientes. Moisés escogió a uno de cada de las doce tribus de alto rango. Uno de ellos era Josué, el que ayudó a Moisés a atender a la gente, y el otro era Caleb que pertenecía a la tribu de Judá. Estos doce hombres fueron a la expedición por las montañas de Canaán, vieron a diferentes ciudades y vieron los campos. En una de las ciudades antes de regresar al campamento, recogieron un racimo de uvas que era tan grande que tuvieron que colgarlo de una vara; a ese lugar se le llamó Valle de Escol, (escol significa racimo). A estos hombres se les llamó espías porque fueron a espiar la tierra. Al cabo de cuarenta días los doce hombres regresaron de explorar aquella tierra, y esto fue lo que reportaron: “Fuimos a la tierra que nos enviaste y vimos que es muy fértil, una tierra muy rica, y sus ciudades son enormes y están bien protegidas. El pasto es suficiente para nuestros ganados, hay suficiente tierra para plantar frutos y árboles; y por el lado de las colinas corren arroyos de agua fresca. Pero, los habitantes de allí son muy fuertes y guerreros, sus ciudades tienen murallas tan altas como los cielos. Algunos de sus hombres son gigantes, tan grandes que nos hicieron sentir como chapulines al lado de ellos.

Caleb, uno de los espías dijo: “Subamos a conquistar esa tierra. Estoy seguro de que podremos hacerlo”. Pero la gente tenía miedo. Así que Josué y Caleb les dijo al pueblo: “No tengan miedo, ¡ya son pan comido! El Señor está de nuestra parte, él nos ayudará a ganar”. Los otros espías replicaron: “No podremos combatir contra esa gente. ¡Son más fuertes que nosotros! Tienen murallas alrededor de las ciudades; nunca ganaremos contra esos gigantes”.

Aunque el propósito de la gente había sido viajar por todo el desierto para finalmente encontrar esta tierra, tenían miedo por lo que los diez espías habían dicho; y ahora estaban en la frontera de dicha tierra, pero no querían entrar. Se habían olvidado de que Dios los sacó de Egipto, que los había protegido de muchos peligros en el desierto, que les había dado de beber de una roca, pan del cielo, y sus leyes desde el monte. Toda la noche no pudieron dormir pensando en el reporte que los espías les habían dado. El pueblo empezó a replicarle a Moisés: “¡Cómo quisiéramos haber muerto en Egipto! ¡Más nos valdría morir en el desierto!” Se habían olvidado de todo lo que padecieron en Egipto y hasta querían regresarse, pues dijeron: “¡Escojamos un líder para remplazar a Moisés, queremos que nos lleve de regreso a Egipto!”

Pero Caleb y Josué, los dos espías dijeron: “¿Por qué tener miedo? ¡La tierra es increíblemente buena, abundante con leche y miel! Dios es nuestro amigo y nos dará esa tierra, podemos conquistar a esa gente fácilmente con su ayuda. Pero sobre todo no se rebelen contra el Señor, ni le desobedezcan, no lo hagan nuestro enemigo”. Pero el pueblo estaba muy enojado con Caleb y Josué y querían apedrearlos. De repente vieron algo extraño, la gloria del Señor se manifestó del lugar santísimo, la parte especial del santuario, y brilló en todos los rostros de las israelitas desde el santuario. Entonces el Señor le dijo a Moisés: “¿Hasta cuándo esta gente me seguirá menospreciando? ¡Ninguno de los que me despreciaron jamás vera la tierra que les prometí! Nadie la verá, excepto Caleb y Josué, mis siervos que han sido fieles. Todos de veinte años en adelante, morirán en el desierto. Sus hijos crecerán en el desierto, pero cuando crezcan, entrarán a la tierra que yo les prometí a sus padres. La gente no merece la tierra que he estado guardando para ellos. Ahora, regresa al desierto y quédate allí hasta que mueras; cuando esto suceda, Josué guiará al pueblo a la tierra de Canaán. Y porque Caleb demostró un espíritu verdadero hacia mí y siguió mis mandamientos, entrará en la tierra también y podrá escoger su propio terreno para su casa. Mañana regrésate al desierto, vete por el Mar Rojo”.

El Señor le dijo a Moisés que por cada día que los espías habían explorado la tierra de Canaán, los israelitas pasarían el mismo número en años en el desierto. Así que, en vez de entrar a la tierra prometida, se pasaron cuarenta años en el desierto. Cuando Moisés terminó de decirles lo que Dios les había dicho, todos los israelitas se pusieron a llorar amargamente. Después de eso, los israelitas cambiaron de parecer y dijeron: “No, no iremos de regreso al desierto. Entraremos a la tierra a ver si podemos tomarla, tal y como Caleb y Josué nos dijeron”. Moisés les contestó: “No. No deben entrar a la tierra, ustedes se han alejado del Señor y él no los ayudará. Ustedes no están en condiciones de pelear solos. Regresen al desierto como les dijo el Señor”.

Pero la gente no quiso obedecer. Subieron al monte y trataron de conquistar la tierra, pero no tenían a nadie guiándolos, no había ningún orden, no sabían pelear y había mucha confusión. La gente que vivía en esa tierra, los amalecitas y los cananeos descendieron y los derrotaron echándolos en corrida. Derrotados, finalmente hicieron lo que Moisés les había dicho, se regresaron al desierto. Y así, en el desierto de Paran al sur de la tierra de Canaán, los hijos de Israel se quedaron cuarenta años todo porque no creyeron en el Señor.